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8 de febrero de 2011

Santificación de la Lengua






419893878_6441cc9ecaUna persona puede considerarse religiosa y correcta, pero si sus palabras no son acordes a la fe que dice tener, se está autoengañando, así crea lo contrario. No frenar la lengua, quejarse, mentir, hablar continuamente de las faltas del prójimo, entre otros vicios del habla, son señales de una religión vacía. “El hombre que tiene una lengua calumniadora, no puede tener un corazón verdaderamente humilde y bondadoso”[1].
Santiago 3:1-12
Las Escrituras nos enseñan la importancia de controlar nuestra lengua, pues aunque es tan pequeña, puede dirigir todo el curso de la vida, y más. Esto sería imposible si no fuera por la gracia y asistencia divina; no es irrealizable, pero si extremadamente difícil.
Tener un lenguaje correcto y agradable a Dios es consecuencia de un corazón santificado por el Espíritu, así que aquel que lo tiene, dará fruto evidente en su manera de hablar. Es bueno preguntarse antes: "¿Es verdad lo que quiero decir, es necesario y es agradable?". Cuando el Espíritu Santo purifica un corazón, también da dominio propio para que la persona pueda decir las palabras que agradan a Dios.
“Aunque no logremos un control perfecto de ella, de todas maneras podemos descubrir cómo reducir el peligro que pueden provocar nuestras palabras. Recuerde que no estamos enfrentándonos al fuego de la lengua en nuestras propias fuerzas. El Espíritu Santo nos dará mayor poder para controlar y supervisar lo que decimos, para que cuando seamos ofendidos, recordemos el amor de Dios y no reaccionemos de un modo vengativo. Cuando somos criticados, el Espíritu sanará nuestras heridas para que no respondamos violentamente con nuestras palabras”[2].
A. Importancia de nuestras palabras
1. Las expresiones de nuestra boca, son la mejor evidencia del estado real de nuestro corazón
Revelamos constantemente lo que somos por las cosas que decimos. En una conversación es posible percibir la mentalidad de una persona, su actitud frente a la vida, sus prioridades y su condición espiritual. Lucas 6:44-45.
2. Nuestro llamado como hijos de Dios es a tener un lenguaje correcto
Un verdadero hijo de Dios se diferenciará por su lenguaje, no necesariamente porque esté cargado de expresiones religiosas, mucho menos por el uso indiscriminado o vano del nombre de Dios; lo hará, por que se conocerá por su sinceridad, prudencia, sabiduría y proclamación de la verdad. Un cristiano no responderá con maldiciones pese a los agravios, bendecirá a quienes le rodean, refrenará su lengua y evitará todo tipo de mentiras. Efesios 4:29-31, Colosenses 3:8-10, 1 Pedro 3:8-10.
3. Somos juzgados por nuestras palabras
Cuando hablamos, no sólo sale lo que está guardado en nuestro corazón, sino que a su vez, cada palabra se convierte en un instrumento de Dios para nuestro juicio. Si conocemos y confesamos la verdad de Dios, pero no la practicamos, nuestras palabras demostrarán que conocíamos el camino y no transitamos por él, así que no quedará ninguna excusa. Lucas 19:20-24, Mateo 12:36-37.
Las palabras ociosas son aquellas sin valor o provecho alguno. Muchas veces se dicen inconscientemente, pues cuando bajamos la guardia y no prestamos atención cuidadosa al hablar, sale a la luz el verdadero carácter. “Muchas personas son un modelo de encanto y de cortesía en público, cuando saben que los están observando y son especialmente cuidadosos con sus palabras; mientras que en su propia casa son un ejemplo terrible de irritabilidad, sarcasmo, mal genio, crítica y quejiconería porque no hay nadie que lo vea u oiga. Es humillante -y alertante- el recordar que las palabras que muestran lo que somos son las que se nos escapan cuando tenemos la guardia baja”[3].
El problema no está en hablar, sino en el tipo de palabras que salen de nuestra boca. Si son palabras correctas, agradables a Dios, revelaran un corazón de fe, humildad y obediencia.
B. Evidencias de inmadurez
Los incrédulos, tienen su boca llena de maldiciones, engaño y amargura, lo que refleja su distanciamiento de Dios. Si realmente hemos nacido de nuevo, será notable en nuestra manera de hablar, la cual se perfeccionará a medida que avancemos en el camino de santificación. No es suficiente decir que se es cristiano, hay que dar evidencias de una vida renovada en el Espíritu. Hacer profesiones de fe falsas con el propósito de agradar a otros o a uno mismo, es un gran autoengaño, pues nada está oculto a los ojos de Dios. Romanos 3:10-14, Isaías 29:13.
1. Mentira
Aunque es una de las prácticas más comunes en la actualidad, no deja de ser uno de los pecados más aborrecibles por Dios, pues mentir es toda manifestación contraria a la verdad. Por lo general, se dice con el fin de servir o agradar a alguien, y puede ser ocultar la realidad total, parcial o tergiversadamente, con el único propósito de engañar. La mentira destruye la recta comprensión de la realidad y la confianza entre los hombres, oscurece el entendimiento, y lleva a la destrucción eterna.
Este pecado representa a aquellos que son hijos de Satanás, el cual es Padre de la mentira. Juan 8: 44. Los mentirosos no heredarán el Reino de Dios, pero aún aquí recibirán las consecuencias de sus acciones Proverbios 19: 5, 9; Apocalipsis 21: 8. No decir la verdad es un mal testimonio, por eso podría decirse que un cristiano que práctica la mentira y no puede dejar de hacerlo, tiene una profesión de fe falsa. Salmos 34:13; Proverbios 12:22, 6:16-19; Efesios 4:25.

2. Murmuración, Chisme y Crítica
Murmurar significa literalmente decir algo en un tono bajo, y es en sí, toda conversación en perjuicio de una persona que está ausente. Suele ir acompañada de crítica, que es la censura al otro o de chismes, que son comentarios con el propósito de dañar. Son sinónimos: infamia, calumnia y difamación.
Bajo ningún pretexto debemos prestar nuestros oídos para comentarios que denigren o atenten contra la reputación de ningún ser humano. Si realmente nuestra intención es ayudar y no destruir, debemos dirigirnos directamente a la persona para exponer con sinceridad nuestros pensamientos. Cualquier cosa que no pueda ser dicha directamente quizás no es correcta o no es importante. En el caso en que no sea posible hablar con el implicado, es mejor ponerlo en oración, delante de los ojos de Dios. Que lo que tengamos que decir siempre sea para edificación. Levítico 19:16; Salmos 15:1-3, 101:5; Proverbios 26:20, Filipenses 2:14-15.
3. Palabras ególatras
Muchos dan evidencias externas de piedad, pero su lenguaje excesivo acerca de sí mismos es una evidencian del orgullo, la jactancia y la autosuficiencia que albergan en sus corazones. Salmos 10:3-7, Santiago 4: 13 - 17.
Orgullo: Exceso de estimación propia, autoestima.
Jactancia: Arrogancia, presunción, orgullo excesivo.
Autosuficiencia: Suficiencia, presunción o engreimiento.
4. Palabras vanas
Sostener todo tipo de conversaciones que no edifiquen, que sean pérdida de tiempo por carecer de importancia, o que estén centradas en la vanidad de las cosas del mundo, es una demostración de debilidad o superficialidad espiritual. 1 Juan 2:15-17, Tito 1:10-11.
Quejas: Las palabras de disgusto, disconformidad o enfado, también llamadas quejas, son expresiones de nuestro poco conocimiento de la voluntad de Dios, lo que refleja que no se ha crecido espiritualmente lo suficiente, para tener una actitud correcta en medio de cualquier circunstancia.
Gritos y contiendas: Los gritos a causa del enojo o todo tipo de desorden y algarabía sin sentido, así como las peleas y discusiones en las que se busca imponer un punto de vista, son manifestaciones de inmadurez espiritual. I Corintios 3: 3, Gálatas 5: 20, Efesios 4: 31.
Confesión positiva: la interpretación incorrecta de las Escrituras ha creado doctrinas falsas acerca del poder de la palabra del hombre (Proverbios 18: 21, Mateo 18: 18). Sumado a esto, las prácticas metafísicas han dado como resultado la confesión repetitiva de los deseos vanales del ser humano, lo cual es un engaño bajo el nombre de “fe”. Creer en este error doctrinal y practicarlo, es una muestra de soberbia y autosuficiencia, al considerar que el ser humano tiene poder sobrenatural en sus expresiones, aún por encima de la Soberanía y Autoridad de Dios.
Groserías: toda palabra irrespetuosa, vulgar, ordinaria o de mal gusto, acerca de temas de índole sexual o violento, no deben ser parte del vocabulario de un cristiano. El uso de este tipo de lenguaje es una evidencia de que aún no se ha recibido una nueva vida en Cristo.
Otros ejemplos de inmadurez al hablar son el menospreciar a otros, la manipulación, la enseñanza falsa, la exageración, las acusaciones y la lisonja.

C. Evidencias de madurez
La lengua debe ser utilizada para lo que fue creada: bendecir y glorificar a Dios. Si somos controlados por el Espíritu Santo, lo que saldrá de la boca será lo correcto. Efesios 5:18-20.
1. Glorificar a Dios con nuestra boca y Predicar Su Palabra
Nuestra boca fue creada teniendo como objetivos principales glorificar a Dios y proclamar Su Palabra de Verdad. Por eso, debemos procurar que nuestras expresiones sean agradables a Él, en agradecimiento por todo y en toda circunstancia. Además, debemos dar testimonio con nuestra vida y con nuestras palabras de la Buena Noticia de salvación, haciendo partícipes a todos de las bondades de Dios. Colosenses 3:16-17, 2 Timoteo 4:1-2.
2. Tener cuidado cómo hablamos
a. Tener cuidado con el tipo de expresiones que usamos
Debemos procurar que nuestras palabras estén cargadas de sabiduría y respeto, que sean dadas por Dios, de Su inspiración. Si estamos siendo controlados por Su Espíritu, no debemos temer en nuestras conversaciones, pues lo que salga de nuestra boca, vendrá de Él.
No es sólo decir las palabras correctas, si no de la manera adecuada. Decir una verdad, pero sin  sabiduría, es igual que errar al hablar. Proverbios 10:31-32, Colosenses 4:6.
“Es importante tanto lo que usted dice como lo que no dice. La apropiada manera de hablar no es decir solamente las palabras correctas en el momento oportuno, sino que también incluye controlar los deseos de querer decir lo que no debe”[4].
b. Ser prudentes
La prudencia es una cualidad que consiste en actuar con reflexión y precaución para evitar posibles daños, es tener moderación en la manera como nos comportamos.
A menudo nuestras palabras dañan a otros, aunque después se corrijan, eso no nos libera de la responsabilidad de haberlas dicho. “Una vez que se ha dejado escapar una palabra ofensiva o sucia, nada la hará volver atrás; y seguirá una trayectoria de daño por dondequiera que vaya”[5]. No está mal corregir las cosas que hemos dicho incorrectamente en medio del enojo o del descuido, pero es más prudente el pensar antes de decirlas.
La discreción en el hablar es mejor que la elocuencia del hablar, por ello debemos pedir a Dios que guarde nuestra boca. No importa cuán espirituales nos sintamos, todos debemos cuidar nuestra lengua de una manera eficiente. Salmos 141:3; Proverbios 21:23, 25:11.
Hay tiempo para hablar y tiempo para callar. Eclesiastés 3:7, Proverbios 15:23.
3. Tener cuidado con quién hablamos
Hay conversaciones que contaminan. La incredulidad, el desánimo, la queja, la amargura y la necedad, entre otros pecados, son cómo virus que se transmiten de manera imperceptible en una conversación; pueden parecer comentarios pasajeros, o un simple desahogo emocional o de diversión, pero al final, no dejan de ser el mejor instrumento del enemigo para minar la mente.
No debemos permitir relaciones con personas que nos inciten a negar o dudar de nuestra fe. Que nuestros mejores amigos y personas cercanas, sean aquellas que aporten a nuestro crecimiento espiritual y personal. Conocidos muchos, amigos sólo verdaderos cristianos. Proverbios 13:20, 1 Corintios 15:33.
4. Tener cuidado frente a quién hablamos
a. Reverencia en nuestra comunicación con Dios
En primera instancia, debemos ser sabios en nuestra comunicación con Dios, no debemos olvidar que somos creaturas terrenales y que nos dirigimos ante su trono infinito, Él es el Rey y nosotros sus siervos, por ello debemos despojarnos de toda presunción o petulancia.
Job reconoció que en su ignorancia, había dicho palabras inapropiadas ante Dios, de igual forma, debemos reconocer siempre cómo nos dirigimos al Él, no debemos ser hipócritas, pero tampoco debe faltar reverencia en nuestra conversación con el Señor. Job 40:4-5.
b. No toda conversación es apta para todo público
Hay personas que por su inmadurez en ciertas áreas no deben estar presentes en algunos tipos de conversaciones, pues pueden ser de tropiezo a su fe. Por ejemplo, temas de difícil explicación doctrinal, no deberían ser expuestos ante una persona que hasta ahora da sus primeros pasos, evitándole así todo tipo de confusiones. De la misma manera, hay conversaciones aptas sólo para adultos, en las que no deben estar presentes los niños.
También, debemos cuidarnos de nuestras expresiones ante aquellos que no conocen de Dios para que no tengan un concepto equivocado de Él. No es por cuidar nuestra reputación, sino por causa de Su nombre. Salmos 39:1

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