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16 de febrero de 2011

La ternura de una madre





Un joven, después de sufrir un grave accidente de circulación, fue llevado a un hospital. Poco tiempo después avisaron a su madre de que su hijo estaba muy grave. La mujer se personó en el hospital y pidió ver a su hijo. Los médicos le dijeron que su hijo luchaba entre la vida y la muerte, que la menor excitación podía resultarle letal… además que no la reconocería porque estaba inconsciente.
La madre prometió que no le hablaría ni haría el menor ruido, pero suplicó que le permitieran entrar en la UVI, y estar un tiempo con él. Accedieron a su petición, pero le encarecieron que no pronunciara ni una sola palabra. La madre, con el corazón destrozado, obedeció.
Los ojos de su hijo estaban cerrados. Ella le puso suavemente la mano en su frente y le acarició la mejilla, tal como ella solía hacerlo cuando el joven moribundo era niño.
No transcurrió mucho tiempo cuando el joven, sin abrir los ojos, susurró:
- «Madre, has venido…»
Así despertó. El contacto, la caricia, la ternura, el afecto venidos de la mano de la madre le devolvió a su infancia, recordándole su protección y seguri­dad. Supo que su madre estaba allí, junto a él. Era el poder de la ternura.
- El ojo de la ternura que nunca duerme… es la madre.
- El oído que jamás se cierra… es la madre.
- La mano que ayuda, acuna y acaricia… es la madre.
- Hay un amor, una ternura que nunca falla… es la madre.
- Balzac escribía: «Las flores siempre hacen bien y nunca mal».
- Pablo VI decía: «Toda la historia de la salvación y todo el evangelio es amor, es la ternura de Dios que salva».
Por J. M. Alimbau

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